A quien lo lea:

Mi intención, al redactar esta carta, pretende ser un despojo de sentimiento; de desahogo de frustración, de decepción y finalmente dolor. Trato de que todos aquellos a quienes este caso no les toca sino a través de lo humano se interioricen en el horror que sufrimos día a día nosotros, los que perdimos la alegría de lo cotidiano. No voy a intentar inculcarles sufrimiento sino, tratar de hacerlos concientes de la envergadura que puede tener algo tan común como la muerte.

Primeramente me dirijo a aquellos quienes tienen una responsabilidad directa sobre el caso, a ellos les digo que les deseo nunca sufran lo que la familia de Pablo y yo, pues hablo desde mi lugar de novia, estamos sufriendo. Quisiera explicarles que el tiempo no cura, sino que abre aún más la herida porque la ausencia cada vez es más notoria, porque no se puede seguir sin que duela; lo más elemental se vuelve como una tortura, una cruz que hay que cargar todos los días intentando soportar lo mejor posible esta prueba tan grande que nos pone Dios. Ojalá tomen conciencia de lo equivocado de sus actos, porque quiero suponer nadie quiso que este viaje terminara en una fatalidad, pero lamentablemente sí estaban al corriente de que esto o algo semejante pudo haber sucedido y no hicieron nada para evitarlo. Cada uno de nosotros valoriza de distinta manera las cosas, pero creo que todos estamos de acuerdo en que la vida está por encima de todo y, por supuesto, su protección; ya sea nuestra política o nuestra religión ambas le dan su lugar correspondiente dentro de nuestra sociedad, por no decir dentro del mundo.

Segundamente les hablo a todos en general, y les digo que hayan conocido a Pablo en persona o no, no les quede duda alguna que se trataba de una persona excepcional en todo sentido, de un joven maravilloso; y no es por vanagloriar a alguien que cambió de mundo sino porque se merece tanto uno como otro calificativo. A quienes ya nos está esperando del otro lado, no nos queda más que rezar y esperar porque algún día nos vamos a reunir; pero a ustedes, les pido por favor que velen y luchen por su vida, la de sus hijos, hermanos y amigos, la de sus nietos, sobrinos y primos, la de todo ser querido que tengan; no dejen que una mal manejada burocracia tome la vida de aquellos que aman y la transformen en Dios, porque Él es el único que puede decidir nuestra hora, no una mala instalación eléctrica.

Para cerrar, me despido agradeciéndoles que hayan leído mi corta pero puntual carta, espero haberles transmitido un mensaje.

Cordialmente,

Fernanda Denise Adamo.